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  • Flores Padua

México y los mexicanos según Rulfo: una revisión de la identidad nacional en tiempos de cambio

Actualizado: 12 dic 2018

"No podemos volver a las culturas precolombinas ni ignorar que somos parte del orbe español. "


Por Flores Padua


"Tierra azteca", "Pueblo bueno", "Raza de bronce", "Cuerno de abundancia" son sólo algunas definiciones simplistas con las que políticos y mercadólogos (comerciales e intelectuales) han utilizado para sintetizar la identidad de un país: México, lo cual es una empresa compleja y casi imposible. Sin embargo, más de un artista, de un filósofo y de un académico ha señalado la necesidad de tener plena consciencia de quiénes somos para poder decidir a dónde se quiere llegar como nación y como individuo.


El escritor jalisciense Juan Rulfo (1917-1986), cuya virtud de su obra es la síntesis, se aventuró a realizar una definición de lo que es México y su gente en su último texto escrito en 1984 para la agencia española EFE, el cual se tituló "México y los mexicanos" y fue recuperado en la antología Juan Rulfo, TODA LA OBRA (editada por Claude Fell, 1992).

México se encontraba inmerso dentro de una de las peores crisis financieras de toda su historia: una deuda pública enorme, altos niveles de inflación y una fuerte devaluación del peso mexicano. Rulfo señalaba que la última vez que nos tomamos el tiempo para buscar definir a México y los mexicanos fue en la etapa de modernización de la posguerra en la que entraron al país la televisión y las industrias multinacionales. En aquel momento, la solución al problema de identidad fue el mestizaje:



El problema de la identidad mexicana se creyó resuelto en aquella época gracias a las teorías del mestizaje: México era la equilibrada fusión entre las grandes culturas indígenas y la cultura europea en su modalidad española. Las grandes diferencias étnicas, económicas, sociales, regionales quedaban resueltas en el crisol del mestizaje.
Hoy sabemos que el mestizaje fue una estrategia criolla para unificar lo disperso, afirmar su dominio, llenar el vacío de poder dejado por los españoles. México en 1984 está poblado por una minoría que se ve a sí misma como criolla, y es más norteamericanizada que europeizada, y por inmensas mayorías predominantemente indígenas que, cuatro siglos después, aún sufren la derrota de 1521. Ya no están en los bosques ni en las montañas inaccesibles: los encontramos a toda hora en las calles de las ciudades.

Rulfo, en la víspera del quinto centenario del descubrimiento de América, revisó la trascendencia de este evento para los grupos indígenas:

El término “descubrimiento” ya ha sido impugnado por eurocentrista. Y este 12 de octubre se rompió un largo silencio cuando un representante de los grupos indígenas mexicanos declaró: “Para nosotros no es día de fiesta sino de dolor, porque se inició en esa fecha la destrucción de nuestra cultura y el sojuzgamiento de nuestros pueblos”.

Estas voces no pueden ser desoídas a la hora en que intentamos, y necesitamos, forjar una comunidad de naciones hispánicas. No podemos volver a las culturas precolombinas ni ignorar que somos parte del orbe español. La perpetua discordia entre hispanófilos e hispanófobos trató de resolverla así Antonio Caso en una de las primeras indagaciones sobre la identidad nacional (El problema de México, 1924): “Desde el punto de vista de la civilización es claro que la conquista fue un bien inmenso. Europa, gracias a España, realizó en América la más extraordinaria ampliación de sus posibilidades de desarrollo cultural. Pero desde el punto de vista de la felicidad humana… la conquista fue un mal, un inmenso mal para los aborígenes del Anáhuac.”

Por otro lado, Rulfo trata ir más allá de la versión maniquea que existe sobre la conquista española y señala la situación de los pueblos indígenas que estaban sometidos por imperio Azteca:

El 13 de agosto de 1521, tras mes y medio de constantes batallas, Hernán Cortés ocupó Tenochtitlan, la gran capital del imperio azteca. Desde ese momento comenzó la dominación española sobre México. Tenochtitlan era una ciudad lacustre fincada sobre una isla en el lago de Texcoco. El sitio por agua y tierra, el hambre y las epidemias acabaron con ella. Cortés poseía mejores armas y, sobre todo, el auxilio de treinta mil aliados indígenas, ansiosos de librarse del yugo azteca. Las naciones oprimidas por Tenochtitlan participaron en la destrucción y ruina de la gran metrópoli. Después, sus propias culturas fueron exterminadas.

Los problemas de la identidad comienzan en este punto: vistos desde Europa existen nada más “los indios”. Vistos desde dentro los aborígenes se saben tan distintos entre sí como pueden serlo noruegos y húngaros que, sin embargo, reciben la denominación común de “europeos”. Los indios de México hablan lenguas (no “dialectos”) tan diferentes entre sí como el italiano y el polaco.

La capital mexicana, señala Rulfo, es el vivo testimonio de la supervivencia de Tenochtitlan sobre cualquier otra civilización que haya existido en todo el territorio nacional:

El dominio de Tenochtitlan sobrevivió a su muerte. En el espacio sagrado del poderse levantan sobre las ruinas aztecas el Palacio Nacional y la Catedral. Los presidentes despachan en un lugar que fue el trono de Moctezuma, la casa de Cortés, la residencia de los virreyes y capitanes generales. La Nueva España, al independizarse, asumió el nombre de su capital. Sólo en francés, no en castellano, se distinguen entre esta (“le México”) y el país (“le Méxique”). En la prensa se habla de “la nación azteca” para designar una tierra donde floreció también la cultura maya. (Dice Luis Cardoza y Aragón: “Lo griegos fueron los mayas de Europa.”)

La historia de este territorio va más allá de la historia oficial. Las versiones y las culturas son diversas y simultáneas a otros eventos trascendentes que ocurrían en las demás latitudes:

México es un país nuevo y antiquísimo. Se acaba de descubrir una ciudad olmeca en las costas de Guerrero, sobre el Pacífico. Hasta entonces creímos que los olmecas sólo habían poblado la zona del Atlántico. Esta cultura madre se dio en la misma época (entre 800 y 200 antes de Cristo) en que vivieron Buda y Zoroastro, Confucio y Lao-tsé, Homero, Platón y Sófocles.

La explotación colonial y, más recientemente, la explotación petrolera son las causas del gran rezago de la economía mexicana, donde “ser mexicano” puede tener distintos matices:

“Mexicano” es una definición civil. Abarca lo mismo a quien posee, gracias a su única lengua, el castellano, todas las riquezas culturales del mundo, que al campesino que abandona el campo destruido por la corrupción y la erosión, los caciques y la sequía, y busca un trabajo que no hallará en las grandes ciudades: México, Guadalajara, Monterrey.

En 2018, México es escenario de un enorme éxodo de centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos, constituye una enorme frontera:

Frontera entre dos civilizaciones que se oponen desde que los romanos sojuzgaron a las tribus germanas, México –por obra de su debilidad y no de su fuerza− está “colonizando” el sur angloamericano. Los estados fronterizos de ambas naciones ya forman un país bicultural y bilingüe por encima de las fronteras políticas.

Antes de partir, Rulfo nos heredó un resumen de los tres problemas que son constantes en México:

Nuestros grandes problemas nacionales son de tres clases: los específicamente mexicanos, los de Hispanoamérica y los de España. Nos salvamos juntos o nos hundimos separados. Una verdadera comunidad sólo podrá construirse basada en el respeto a las diferencias, pero sobre todo basada en la justicia: el fin del hambre, la opresión y el desprecio que las mayorías mexicanas han sufrido durante cuatro siglos.
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