"Su principal representación es la Serpiente Emplumada, el dios animal del viento, peculiar síntesis de águila celeste y telúrica culebra, dos predadores rivales de filosa mirada."
Si bien el catolicismo es la religión con mayor número de creyentes en México, se deja de lado su sincretismo que guarda con la mitología de los pueblos prehispánicos. Una figura que ha permanecido constante en el desarrollo de la idiosincrasia mexicana y latinoamericana hasta nuestros días es Quetzalcóatl.
José Luis Díaz (1943), destacado investigador del departamento de Historia y Filosofía de la Medicina en la Facultad de Medicina de la UNAM, hace un recuento del mito de Quetzalcóatl desde su origen remoto hasta sus mutaciones plásticas, literarias y políticas en su ensayo El revuelo de la serpiente: Quetzalcóatl resucitado (Herder, 2005).
“Desde hace mucho tiempo se ha engendrado y transfigurado un vigoroso mito entre los pueblos más cultivados y esclarecidos de esa región del Nuevo Mundo que cabalmente hemos venido a llamar Mesoamérica. En efecto, de la remota época previa a las civilizaciones hasta el tiempo presente, se ha urdido y repetido la intricada narración de Quetzalcóatl, (del nahua: quetzal, pájaro y coatl, serpiente), es decir, de la Serpiente Emplumada. Los teotihuacanos y los mayas que resplandecieron en el periodo clásico hasta su colapso en los siglos VII y IX de nuestra era, ya transfieren cuantiosas imágenes de su enorme influencia. Sin embargo, el mito alcanzaría más tarde un apogeo aún superior entre los afamados toltecas, literalmente los “grandes artistas”. De hecho , el último rey de aquella legendaria ciudad tolteca llamada Tollán fue un hombre particular, de nombre Topiltzin Ce-Ácatl, quien llegó a ocupar el nombre y destino de Quetzalcóatl. Poco después durante el imperio azteca, el mito revide un ilustrado y postrer florecimiento precolombino con Nezahualcóyotl, el famoso rey de Texcoco. Más tarde, en la Nueva España y aún después de la Independencia de México, muchos historiadores, desde Fray Diego Durán en 1575 hasta Manuel Herrera en 1868, identificaron con barrocos argumentos históricos y teológicos a otro personaje más remoto de ese mismo nombre nada menos que con el apóstol Santo Tomás, quien en aquel tiempo habría consumado un viaje evangelizador por el Nuevo Mundo.
Ahora bien, además de un legendario semejante, Quetzalcóatl es también un insondable dios, de hecho el más importante numen tolteca: el Señor de la Aurora, cuyo corazón es venus, la Estrella de la Mañana. Su principal representación es la Serpiente Emplumada, el dios animal del viento, peculiar síntesis de águila celeste y telúrica culebra, dos predadores rivales de filosa mirada. Esta amalgama de dos especies ovíparas, antagónicas e incompatibles, configura una suerte de fabuloso pterosaurio o dragón americano. Veremos que se trata , en la metáfora y en el símbolo, de una serpiente que al emplumarse se enmascara y se torna aérea, disfraz con el que parece trascender −¿o quizás sólo pretende hacerlo?−sus límites terrestres, es decir, carnales perecederos.
Al intentar escrutarlo actualmente, el antiguo mito de Quetzalcóatl se nos presenta con muchos aspectos, verdaderas piezas de entendimiento con las que parece posible armar un rompecabezas, o quizás varios un tanto distintos entre sí. Los tres principales aspectos son los ya planteados: El culto a un dios único en esencia y múltiple en apariencia, la tradición de un chamán inicial y civilizador que se remonta a los albores de una época clásica de Mesoamérica, y la leyenda de héroes mortales de carne y hueso, en especial la crónica del entrañable Topiltzin, rey tolteca de Tollán o de Tula. Estas facetas, algunas veces sobrepuestas y otras independientes, emergen de fuentes históricas muy distintas, ampliamente exploradas por eruditos de varias épocas. Tales fuentes despliegan hoy ante nuestros ojos un pasmoso enjambre de símbolos arqueológicos, iconográficos y poéticos que apuntan hacia este plural y singular personaje. Sin embargo, a pesar de la diversidad temporal, geográfica y cultural, estos aspectos vienen a confrontar, como mostraremos, una patente y trascendental unidad.
Quetzalcóatl no ha sido exclusivo de una de las tantas civilizaciones que florecieron en Mesoamérica, sino que aparece repetidamente en cada una de éstas y puede considerarse un eslabón importante que explique el espacio y tiempo de la región latinoamericana
En concordancia con este mosaico de sitios y culturas cambiantes, de diferentes épocas y perspectivas de análisis, las lecturas e interpretaciones de este mito son obligadamente diversas. Sin embargo, además de continuar aquí en la rebusca del esqueleto de este mito flotante que recogemos de nuestros mayores y de sus más esmerados analistas, hay aún importantes huecos que llenar.
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